Pongamos que es jueves y se acercan antiguas palabras.
De tan viejas que son, ninguna acude a mí. De tan vetustas, ni con muletas asoman a mi recuerdo. No hay sombra alguna de palabras. Es como si una cortina, no, cortina no, sería una especie de cono, una especie de agujero negro con su evento de sucesos terriblemente ancho. Sería el mismo agujero negro… de tan viejas las palabras, su propia gravedad las ha convertido en agujero negro. Nada se escapa del agujero, como bien se sabe. Lo que se acerca a él es engullido. Un olvido atroz ha alejado aquellas palabras de mi ser presente. Y el caso es que no han pasado tantos años desde aquellos jueves… aquellos jueves que sí me evoca este jueves de hoy y desde donde quiero rememorar antiguas palabras. Maldito agujero negro.
Pongamos que es jueves y que ya no se acercan antiguas palabras.
Ahora rondan palabras que suenan a orfandad, palabras que son maullidos de gata, palabras que separaran el trigo de la paja, palabras que adquieren la senectud de los 60, palabras henchidas de seguridad económica, palabras que apenas si importan por que lo importante se guarda en el silencio de mi soledad, en el aullido de mi corazón cuando disfruta.